Lorica, arabesca y señorial

Tenés que imaginar cómo la torre de la iglesia “chuza un nubarrón gris oscuro”, que es lo que narraba el Pachanga. Santa Cruz de Lorica, la “ciudad antigua y señorial”, también llamada Lorica Saudita, tiene su gracia. Y cuentan que entre sus mujeres hay varias Scheerezadas que encantan a quienes las escuchan con sus historias de nunca acabar.

Parece un pueblo del Medio Oriente, con un río eterno por el que llegaron, en lanchas, gentes del Líbano y Siria, algunas de las cuales se quedaron a vivir para siempre allí, y montaron fábricas de jabones, curtiembres, jarabes y ventas diversas. En sus edificios del centro histórico, republicanos con reminiscencias árabes, se adivinan antiguas culturas, mezcladas en un pueblo que ha sido cantado y contado, y cuyo nombre intercambia la presencia española católica, con la de los zenúes: Santa Cruz de Lorica.

A orillas del río Sinú, que se puede observar con lentitud desde cualquier lugar del Malecón de la Muralla, Lorica tiene un encanto particular, incluso cuando llueve, y sus calles se encharcan y hay que dar saltos para llegar a una acera. Podría ser una posibilidad de toparse con un antiguo contador de relatos, tal vez parte de uno de los de Las mil noches y una noche o con garzas que se reflejan en las ondas del río oscuro y del que los pescadores sacan todavía bocachicos y otras especies.

Se ven perros callejeros, algunos tirados a modo de sesteo canicular frente al enorme atrio de la iglesia Santa Cruz de Lorica o junto a la estatua del Libertador, con su espada en posición de alerta. Tiene, en efecto, un encanto al que no lo alteran los mosquitos. Hay casonas de ricos, de techos altos, con corredores y verjas, con faroles y ventanales elegantes. Lorica, la del Pachanga, la de “Abraham al Humor”, la de los personajes narrados por David Sánchez Juliao, es calenturienta, y cualquiera se podría adormecer o entrar en una suerte de ensoñación mirando la serenidad del río que la atraviesa.

El centro histórico, el de los aires arabescos y mudéjares, el que tiene edificios con molduras y aplicaciones, algunos de paredes azules, otros amarillos, verdes y blancos y rojizos, tiene baratillos de telas y algunos de ellos, donde uno creería ver la presencia de un “turco”, se encuentra con un “paisa”, como pasa, por ejemplo, en el Super Baratillo Medellín. Es domingo, entrando ya la tarde, y no hay mucho movimiento. Lo mejor es caminar por el malecón, detenerse al frente de caserones e imaginar a sus habitantes tras las puertas, o conversar con un venezolano que tiene un ventorrillo.

Lorica, la de apellidos como Jattin, Char, Abdala, Bechara, tiene varios murales, unos con altorrelieves, bien confeccionados y llamativos. Uno, muy grande (10 metros de alto por 25 de ancho, a un costado del edificio Moisés Jattin), es el que homenajea al escritor Manuel Zapata Olivella, nativo de allí, y que escribió obras de rango como “Changó, el gran putas”, y “Chambacú, corral de negros”. El médico, antropólogo e investigador cultural, hermano de la folclorista Delia y del también escritor Juan, luce su rostro interrogador en medio de un paisaje colorido, y muy cerca de él están, en la prolongación del mural, títulos de sus obras como “Tierra mojada” y “En Chimá nace un santo”.

En otro mural, con multiplicidad de imágenes y referencias, también hay una nota en honor del escritor nacido en Lorica en 1920 y muerto en Bogotá en 2004, uno de cuyos apartes dice así: “Manuel nunca se atrevió a esconderse de sí mismo, mientras no aclarara la oscuridad que nos mataba. Salió al sol a buscar el misterio de las palabras para que su voz fuera más contundente”.

Los murales de Lorica, maravillosos y parte de su memoria histórica, de su cultura mestiza, muestran, en distintas dimensiones, anuncios de otros días. Uno de ellos recuerda la Fábrica de Bujías Esteáricas Venus, premiada en la exposición nacional de Cartagena en 1916. Otro rememora el Jabón el angelito, de Checry S. Fayad, un libanés que llegó a Lorica a fines del siglo XIX y organizó fábricas, se convirtió en ganadero y en agente de una flota de lanchas que surcaron el Sinú. La Farmacia León tiene varios avisos. Uno, muy especial, anuncia el Jarabe Salvador, que “cura radicalmente la sífilis” y es un reumaticida.

Lorica después de la lluvia. Foto Spitaletta

El Centro Histórico de Santa Cruz de Lorica, declarado bien de interés cultural de carácter nacional, tiene, a orillas del río, el Mercado Público (también monumento nacional), con su variedad de galerías, con ventas de artesanías, como el célebre sombrero vueltiao, y, además, mirando al Sinú, la zona de comidas, en las que el visitante se puede deleitar con sancochos de gallina, arroz de coco y el bocachico frito.

Lorica y su pinturesca arquitectura que habla de otros tiempos y culturas, también tiene, a una de sus entradas, un caño enorme, que lo atraviesa un puente amarillo, repleto de “buchones” de agua (que en otros lados llaman la taruya), que cuando muestra sus flores lilas es un espectáculo. Debe, por supuesto, ser un fértil criadero de zancudos.

Santa Cruz de Lorica tuvo en otros días fábricas de ron, de hielo, de mantequilla, de gaseosas y helados. Tiene treinta corregimientos y varias ciénagas y un paseo ecológico. Hoy es domingo por la tarde y acaba de llover. Ya casi van a cerrar el mercado. Hay que correr a comerse el último bocachico frito, porque cómo va a ser posible que estés allí y no vas a probar uno de sus afamados platos. Hay que comprar un sombrero y algunas artesanías, y dulces y mirar las columnas, los techos, los almacenes, y después volver a salir y caminar por el malecón para mirar las garzas y los patos, uno que otro pescador y una casona, al otro lado del río, que dicen es la más bonita de la zona y que la vigila de cerca la sombra infinita de un samán.

Ah, y no importa ya que el cielo claree después del aguacero. Tenés que imaginar cómo la torre de la iglesia “chuza un nubarrón gris oscuro”, que es lo que narraba el Pachanga. Santa Cruz de Lorica, la “ciudad antigua y señorial”, también llamada Lorica Saudita, tiene su gracia. Y cuentan que entre sus mujeres hay varias Scheerezadas que encantan a quienes las escuchan con sus historias de nunca acabar.

Edificio González, en el centro histórico de Lorica. Foto Spitaletta
Sede de la alcaldía de Lorica. Foto Spitaletta

Río Sinú, visto desde el Malecón de la Muralla. Foto Spitaletta

Reinaldo Spitaletta para La Pluma,

Editado por María Piedad Ossaba

Fuente:  Blog Reinaldo Spitaletta, 11 de julio de 2023